(The Bourne Supremacy, EUA/Alemania 2004) Clasificación ‘B’
Por: Joel Meza
Calificaciones: ****Excelente ***Buena **Regular *Mala
¿En qué nos quedamos? Si usted no se acuerda o no vio Identidad desconocida en 2002, Matt Damon interpreta a un hombre sin memoria pero con habilidades extraordinarias para andar hecho la mocha por media Europa, hablando el idioma que quiera, con pasaporte intercambiable en una mano y en la otra una pistola, esquivando balazos, trepando paredes y manejando carros en medio de la ciudad como quien levanta polvadera en la Salada, mientras a su vez balacea, pero él sí atinándole, a quienes lo persiguen. El hombre cree llamarse Jason Bourne (eso dice uno de sus pasaportes) y tiene la sensación de que es un asesino profesional internacionalmente buscado.
El que Bourne apenas se detuviera para agarrar aire y voltear a ver a Marie (Franka Potente), su forzada compañera de carreras, dándonos así un poquito de historia en medio de toda la acción, era lo de menos en Identidad desconocida, del director Doug Liman con un guión de Tony Gilroy. Ahora, en la segunda parte, La Supremacía Bourne, escrita también por Gilroy, bajo la batuta de Paul Greengrass, la premisa es la misma. Jason Bourne sigue corriendo muy rápido, lo cual es muy bueno porque lo siguen persiguiendo. Y sigue siendo muy escurridizo, lo cual es mejor porque siguen queriéndolo matar. Ah, sí, y sigue sin saber quién es.
La Supremacía Bourne está basada en El Retorno de Bourne, el segundo libro de una exitosa trilogía ochentera, del autor de novelas de espías Robert Ludlum. Identidad desconocida, adaptada de El Caso Bourne, el primer libro, nos planteó la historia del asesino que busca su identidad, haciendo lo que mejor sabe hacer. En la cinta actual, Bourne sigue en lo suyo, pero esta vez con el agregado de un deseo de venganza, que resultaría muy efectivo si tan sólo pudiera recordar contra quién. Afortunadamente el director Greengrass sigue los pasos de Liman en esta segunda parte y simplemente toma como pretexto la intriga contra Bourne para montar, una tras otra, escenas de acción tan intensas, largas y entretenidas, que nos dejan sin respiración. Ya sea en un pueblo de la India, Berlín o Moscú, Jason Bourne y sus perseguidores arman tal ajetreo en las atestadas calles, plazas y estaciones del metro, que nos hacen pensar que muchas compañías aseguradoras tendrán deseos de unirse a quienes buscan acabar de una vez por todas con Bourne.
En esta ocasión y solamente para darle una pincelada de decencia a la intriga, dos jefes de la CIA por un lado (los respetables Brian Cox y Joan Allen), y por el otro un mafioso y un asesino rusos, son quienes quieren acabar con el olvidadizo fugitivo. Lo más sensato sería que Bourne se escondiera o ya de perdida se disfrazara y usara cualquier otro nombre. Precisamente aquí está otro de los atractivos de la película. El Bourne de Matt Damon le apuesta a que su única salida es atraer a sus perseguidores siendo él mismo, lo cual termina por ser muy útil, si se considera que no cualquier hijo de vecino se saca de la manga tantos trucos mortíferos con objetos de uso diario, como revistas, tostadores de pan, taxis destartalados, celulares de espionaje y pistolas automáticas.
El éxito de La Supremacía Bourne está, precisamente, en la logística tan casual para la estela de destrucción que deja Jason Bourne en su camino. Si recupera la memoria o no, si deja de ser una máquina de matar, si le perdonan las infracciones de tránsito, es lo de menos. Aún cuando el tercer libro se titula El Ultimátum de Bourne, jure usted que la siguiente película va a ser algo así como esas carreras de Ana Guevara contra su rival en turno. Por más que se llamen “finales”, todos sabemos que al rato se estarán correteando de nuevo.
(Publicado originalmente el 12 de Septiembre de 2004, en La Voz de la Frontera.)
T5 | Especial: Lo que vimos en el FICM 2024
Hace 1 semana
No hay comentarios:
Publicar un comentario