jueves, 31 de julio de 2014

El Planeta de los Simios: Confrontación ***1/2

(Dawn of the Planet of the Apes, EUA 2014) Clasificación México ‘B’/EUA ‘PG-13’
Calificaciones ****Excelente ***Buena **Regular *Mala
¿De verdad los humanos terminaremos por extinguirnos a nosotros mismos? Esta es la idea que plantea la serie fílmica original de El Planeta de los Simios, que entre 1968 y 1973 nos presentó un posible sombrío futuro en el que, dentro de dos mil años, los hombres han terminado por revertirse en animales salvajes, que sirven como presas de caza para los simios, que han evolucionado en seres pensantes y civilizados.

La nueva serie, iniciada en 2011, con El Planeta de los Simios: Revolución, y de la cual Confrontación es la segunda película, cambia esta idea por una más contemporánea: el desorden que provocamos con los avances científicos no sólo aceleró el fin de nuestra civilización, sino que creó una nueva especie de simios pensantes. Sin embargo, agrega otra pregunta digna de explorarse ¿estos nuevos simios son quienes heredarán la Tierra?

César, el simio a quien conocimos en Revolución, y cuyo cerebro fue modificado genéticamente en un laboratorio, para adquirir una inteligencia comparable a la de los humanos, ahora, diez años después de los hechos mostrados en la película anterior, es el líder de una colonia de cientos de simios de distintas razas, todos avecindados en el Bosque Muir, junto a San Francisco, California. Todos estos simios piensan como humanos, dado que César les aplicó el tratamiento químico que modificó sus cerebros y ahora están en proceso de iniciar una nueva civilización, en donde todo es armonía y no tienen por qué temer a los humanos, quienes prácticamente han sido borrados del planeta por un mortal virus que escapó del mismo laboratorio genético de San Francisco.

Claro que hay un grupo de humanos sobrevivientes que ha tomado el centro de San Francisco como refugio y ahora se aventuran a los bosques, para echar a andar una hidroeléctrica que restablecerá la energía a la ciudad y permitirá reiniciar las actividades humanas, donde se detuvieron diez años antes.

La confrontación del título en Español es, inicialmente, entre simios y humanos, por el hecho de que todos los simios recuerdan los maltratos que recibieron en su tiempo en cautiverio, unos en zoológicos y muchos más en laboratorios de pruebas químicas y genéticas. Precisamente estas diferencias entre el pasado de los distintos simios provoca una confrontación de otro tipo: Koba es un simio lleno de cicatrices que no esconde su resentimiento y odio hacia los hombres, desaprobando la falta de voluntad de César para actuar en contra de los humanos.

Las razones de cada uno tienen sus fundamentos en la forma en que fueron criados: César, en un hogar lleno de amor y cuidados, por un padre y un abuelo humanos adoptivos. Koba, en cambio, sólo recibió maltratos de los científicos y ahora busca acabar con todos los hombres.

Justamente esta confrontación es la que el director Matt Reeves desarrolla, delineando muy bien a sus personajes simios y elevando las tensiones hasta el límite de la ruptura, con César y Koba peleando por el liderazgo de la comuna simia. En cambio, la otra confrontación, con los humanos, resulta poco interesante y menos profunda, limitándose a “los changos son animales, nosotros somos hombres”, con el líder de la colonia humana trabajando en un plan que se limita a matar a todos los simios a punta de balazos.

Quizá por eso, lo que verdaderamente vale la pena en Confrontación son todas las escenas de César y Koba, dibujados en forma muy realista y animados por computadora, gracias a la captura digitalizada de las interpretaciones de los actores Andy Serkis como César y Toby Kebbell como Koba. He aquí la diferencia más visible de esta nueva serie contra la original de El Planeta de los Simios: en aquella, los distintos simios eran por demás antropomorfos, ya que se trataba simplemente de actores con máscaras de changos. Eso bastaba para los fines satíricos de esas películas. Ahora, con una propuesta seria sobre la condición humana, eliminando la sátira, se nos plantea que nuestra mente, transplantada a otra especie animal, puede producir los mismos resultados que vemos en nosotros como individuos y como sociedad. César cree en la bondad inherente del simio y, en consecuencia, del humano. Koba está convencido de que los humanos son, por naturaleza, malos: tan malos como él mismo. Cuestiones de fé, semilla de confrontación.

viernes, 25 de julio de 2014

Tres muy monas...

Ante el estreno de la octava película inspirada en la novela El Planeta de los Simios, me dí a la tarea de revisar tres de las cintas anteriores, empezando por la original. Todas disponibles a la venta y renta, localmente y en internet.
Calificaciones ****Excelente ***Buena **Regular *Mala
1968 - El Planeta de los Simios ***. “¡Quítame tus apestosas patas de encima, maldito chango cochino!” le grita, furibundo, el maduro astronauta Taylor (el legendario actor Charlton Heston) al gorila vestido de militar que lo tiene preso, después de que su nave espacial se ha estrellado en un planeta igual a la Tierra, pero en el que los humanos no son más que animales salvajes incapaces de hablar y razonar, donde la especie dominante son los simios.
La primera adaptación de la divertida novela francesa de 1963 tiene la ventaja de la novedad del tema, de la ilusión del maquillaje de los actores convertidos en simios y de ser un producto del Hollywood de la época, que empezaba a apostar por ideas más subversivas y satíricas que los idílicos musicales y romances de los ‘50s y la primera mitad de los ‘60s. Así, Heston interpreta, con mucho humor contenido, a un héroe arquetípico enfrentado a la decadencia de la civilización humana occidental, al conocer un mundo donde los simios repiten nuestros mismos vicios, culminando en la famosa escena final, que ha quedado inscrita como una de las grandes sorpresas en la historia del cine (echada a perder por la portada del relanzamiento de la película en video, por cierto).

2001 - El Planeta de los Simios **1/2. “¡Quítame tus sucias manos de encima, maldito humano cochino!”, dice con asco y odio un gorila militar al asustado astronauta veinteañero que, tirado a los pies del simio, descubre que ha llegado a un planeta en el que las bestias son los amos y los humanos los esclavos. Este cambio a la historia originalmente presentada en la película del ’68 es una de las fallas de la nueva versión presentada por el director Tim Burton, que buscaba reiniciar la exitosa franquicia setentera.
Y es que, excepto por la fuerza física superior, no vemos ninguna razón para que los simios dominen a los humanos, que muestran ser tan inteligentes como cualquier hijo de vecino, chango o no: en esta versión, los supuestos salvajes humanos son tan o más articulados que los simios. Tampoco ayuda el hecho de que el supuesto héroe es un chamaco (interpretado por un jovencito Mark Wahlberg) que es poco menos que una desgracia como militar, incapaz de la disciplina que se requiere en un miembro de la Fuerza Aérea y que, al menos en un giro interesante y justo, en términos de trama, termina siendo el único responsable de todo lo que pasa. Lo que verdaderamente vale la pena es el trabajo físico de los actores maquillados como simios, mientras usan las realistas máscaras de changos creadas por el maestro Rick Baker. Ni modo, Tim Burton fracasó en sus pretensiones de reinventar la franquicia.

2011 - El Planeta de los Simios: (R)Evolución ***1/2. “¡NO!” grita el chimpancé adulto César a un aterrado chamaco bueno para nada, que tortura animales para matar el aburrimiento en su trabajo como cuidador de changos en cautiverio. La actitud del chimpancé es tan rencorosa como amenazante; el terror del cuidador humano es tan genuino y la sorpresa de todos, empezando por el público, es tan grande al oír hablar al simio por primera vez, que esta sola escena es suficiente para convencernos de que el nuevo reinicio de la franquicia del Planeta de los Simios va por buen camino.
Eso, a pesar del pobre desarrollo de los personajes humanos (el padre humano de César y su novia, por ejemplo, no cambian absolutamente nada en los años que transcurren durante la película), que resultan acartonados al compararlos con la personalidad de las bestias. Lo cual, por cierto, es bastante curioso si consideramos que César y el resto de los simios que vemos en pantalla no son actores disfrazados ni animales amaestrados, sino dibujos extremadamente realistas, animados por computadora, usando la técnica de captura de movimientos. Así que la verdadera estrella es, con toda justicia, el actor Andy Serkis, quien da vida al simio César, como antes lo hizo con el Góllum (en El Señor de los Anillos).

jueves, 17 de julio de 2014

El Gran Maestro ***1/2

(The Grandmaster, HK/China 2013) Clasificación México ‘B’
Calificaciones ****Excelente ***Buena **Regular *Mala
Bruce Lee decía que el artista marcial no vive para algo, simplemente vive y lo mismo se podría decir de El Gran Maestro, el décimo filme del director hongkongés, Kar Wai Wong (o Wong Kar Wai, con el apellido primero, a la usanza china). El Gran Maestro es un hermoso amasijo de peleas entre artistas marciales, contrapunteadas con algunos comentarios filosóficos y unos cuantos pasajes amorosos, todo retratado en el marco histórico chino de la primera mitad del siglo XX. Al parecer, la intención es contar la historia de Ip Man, el famoso maestro del aún más famoso Bruce Lee, pero el resultado no es más que ese hermoso amasijo y no una historia épica bien contada, que sin embargo satisface de principio a fin, solamente por existir.

El director Wong inicia su relato con una impresionante pelea callejera entre un maduro caballero de sombrero de paja y un ejército de artistas marciales más jóvenes. No sabemos quiénes son ni por qué pelean, pero es evidente que cada uno busca medirse contra el hombre mayor. Los motivos, para nosotros, realmente no importan: el virtuosismo de este caballero es digno de admirarse a detalle y justamente es lo que nos ofrecen Wong, su cinefotógrafo francés Philippe Le Sourd y su editor de cabecera, el hongkongés William Chang. Cada movimiento de manos y brazos, cada paso, cada giro de cuerpo y cabeza del hombre del sombrero, son mostrados a distintas velocidades, en distintos ángulos y en distintos niveles de acercamiento a la acción y a los personajes, metiéndonos de lleno en la pelea. Cuando queda un solo hombre de pie, el caballero del sombrero, un observador lo identifica para nosotros: Ip Man, el Gran Maestro del sur.

Así es toda la película, básicamente. Aunque el director Wong inserta como débil hilo conductor los recuerdos de una vida que Ip (interpretado sobriamente por el actor y cantante hongkongés Tony Leung) nos narra de vez en cuando a voz fuera de cuadro, en realidad El Gran Maestro es en su mayor parte un muestrario de peleas de exponentes de distintas artes marciales, tanto del sur como del norte de China.

Justamente de entre los combatientes del norte, destaca Gong Er, la talentosa heredera del fundador de la escuela de arte marcial más importante de esa región. Gong Er, interpretada por la hermosa Ziyi Zhang, desde el principio se interesa a nivel artístico y personal por Ip Man, retándolo, qué más, a pelear, para demostrar su superioridad. La chispa empieza a prender entre Ip y Gong, para infortunio de la abnegada esposa de Ip. Pero estamos a fines de los 1930s, cuando eventualmente el Japón invade el norte de China y la larga guerra lleva al acomodado Ip a la ruina, por lo que tiene que mudarse a enseñar artes marciales en Hong Kong, diez años después, dejando a su familia atrás. Ahí reencuentra a Gong Er y la película toma un camino completamente distinto.

Ahora estamos viendo la historia de la rebelde Gong en los últimos diez años y de cómo terminó convertida en doctora, pero también expatriada en Hong Kong. El director Wong parece perder la trama pero, en una afortunada contradicción, al menos para nosotros como espectadores, la película nunca deja de interesar, ya que la vida de Gong es, en todo caso, tal vez más rica que la de Ip: llena de pasión, traiciones, venganzas y, al final, amor anhelando ser consumado.

Realmente algo muy curioso pasa con El Gran Maestro. Como muestrario de artes marciales, funciona a la perfección. Como historia de sus personajes centrales, falla brutalmente. Claro que me hubiera gustado una trama bien desarrollada y resuelta pero terminé absorto y conmovido por lo que ví. Qué mejor razón para el arte, ¿no?

domingo, 13 de julio de 2014

Maracaná ***1/2

Maracaná
(Brasil/Uruguay, 2014)
Calificaciones ****Excelente ***Buena **Regular *Mala
¿La historia la escriben los triunfadores? El documental Maracaná, de los directores Sebastián Bednarik y Andrés Varela, a través de una serie de fotografías, películas, entrevistas en video y audios de archivo, rememora desde los puntos de vista uruguayo y brasileño, la llamada Tragedia del Maracaná, tomando como marco de referencia el desarrollo paralelo del futbol profesional en ambos países.

“Cómo pude hacerle esto a esta gente tan buena…” se pregunta amargamente en Río de Janeiro, Obdulio Varela, capitán de la selección uruguaya, la misma noche en que debía estar celebrando el haberse coronado como primer campeón mundial de futbol en el mítico gigantesco estadio Maracaná, en julio de 1950, derrotando al poderoso anfitrión, la selección brasileña.

“La máxima sentencia de cárcel en Brasil son treinta años; yo llevo más de cuarenta pagando por esta culpa…” se queja en una entrevista a mediados de los 1990s un viejo carioca, Moacir Barbosa Nascimento, portero de aquella selección derrotada.

La tragedia del Maracaná lo fue para todo Brasil: gobierno ridiculizado ante el mundo y pueblo moralmente devastado. Pero también lo fue para Uruguay: todas estas décadas bajo la sombra de esa cada vez más lejana e irrecuperable victoria. Esta es la historia de una tragedia que escribieron los perdedores y siguen viviendo los triunfadores.

jueves, 3 de julio de 2014

Volando Bajo **

(Volando Bajo, México, 2014) Clasificación ‘A’
Calificaciones ****Excelente ***Buena **Regular *Mala
El director culichi Beto Gómez se lanza sobre la onda grupera, en esta fallida comedia que al menos hace un excelente trabajo al parodiar el ambiente de la música y el cine populares en México durante los 1970s y ‘80s.

Conozca usted a Chuyín Venegas y Cornelio Barraza, dos chamacos bajacalifornianos que son el blanco de otro par de niños abusivos en su natal Cantamar, en la costa del Pacífico. Chuyín y Cornelio toman como una señal del destino la coincidencia de ser malos para pelear y deciden formar un dueto musical. Armados con una guitarra que supuestamente perteneció a José Alfredo Jiménez, se convierten en Los Jilgueros de la Baja. Eventualmente y gracias a su representante, un peluquero rosaritense (Roberto Espejo) que peina sus largas melenas ochenteras y los rebautiza como Los Jilgueros de Rosarito, Chuyín (Gerardo Taracena) y Cornelio (Rodrigo Oviedo) se convierten en grandes ídolos gruperos, rompiendo récords de venta de discos chafas, llenando conciertos chafas, apareciendo en programas de tele chafas y actuando en una película tras otra, chafísimas también.

El gran chiste de Volando Bajo está en el hecho de que Chuyín y Cornelio están convencidos de que sus dotes artísticas son extraordinarias. Y no sólo ellos: el público y quienes trabajan en los medios de comunicación nacionales e internacionales también ven en Los Jilgueros de Rosarito la máxima expresión musical y actoral de la historia, por lo que el dinero llega por millones y Chuyín se muda a vivir a una mansión de París. Sí: en Francia, como lo anuncia el letrero sobre una torre Eiffel que llena la pantalla.

Beto Gómez decide contar su historia paródica a través de, a su vez, parodiar la conocida fórmula del documental sobre músicos famosos. Fuera de unas pocas escenas de recuerdos personales de Chuyín junto a su prima, una sorprendentemente efectiva Ludwika Paleta y otras cuantas que sirven para establecer a la entrevistadora (Sandra Echeverría con una exagerada peluca para estar a tono con las greñas de todo el reparto), Volando Bajo está armada con una sucesión de cabezas parlantes y videoclips, cuya intención es adentrarnos en ese universo alterno en el que dos músicos tan malos se ganan el corazón de todo el mundo. El problema es que, después de presentada la idea, la película no va muy lejos y termina siendo repetitiva y, pecado mortal, aburrida.

Lo único que nos queda, en todo caso, es sonreír con las imágenes “de época” que el director Gómez inserta en su falso documental. Mire usted: sacando cuentas, más o menos yo tengo la edad de estos Jilgueros de Rosarito y recuerdo muy bien cómo eran esos videoclips ochenteros, esos maratónicos programas musicales de televisión chafa, esas malísimas películas mexicanas que se exhibían en los cines de COTSA y en general toda esa cobertura de medios nacionales que dio pie a la actual subcultura grupera. Beto Gómez da en el clavo con sus excelentes clones audiovisuales, pero no cuida de igual forma la historia que quiere contar y su excelente cuadro de actores (que incluye a Rafael Inclán y a Xavier López –sin Chabelo-) se queda volando… bajo.