jueves, 16 de febrero de 2017

Todos queremos a alguien ***

(Everybody loves somebody, México, 2017)
Clasificación México ‘B-15’/EUA ‘PG-13’
Calificaciones: ****Excelente ***Bueno **Regular *Mala

La fórmula de la comedia romántica es archiconocida y Hollywood la ha explotado por casi un siglo: La muchacha y el muchacho se conocen de una forma curiosa y al principio, medio se caen bien, medio se caen mal. Luego de una serie de simpáticos encuentros y desencuentros, la muchacha y el muchacho descubren lo que ya todos sabíamos: son el uno para el otro, aunque para ello deban librar un último obstáculo, antes de, como se dice, vivir felices para siempre. Así que es una agradable sorpresa ver que, en su segunda película, la guionista y directora Catalina Aguilar Mastretta escoge el marco de la comedia romántica para explorar exitosamente, como lo hizo en “Las horas contigo” (su excelente ópera prima, disponible en disco e internet) las relaciones familiares.

Y es que, aunque el gancho en “Todos queremos a alguien” es ese juego romántico entre Clara y Asher, dos jóvenes médicos que trabajan juntos en un hospital de Los Ángeles, interpretados por Karla Souza y Ben O’Toole, lo más sabroso de la película se descubre cuando la acción cruza la frontera y se mueve a una finca a la orilla del mar ensenadense, para presentarnos a la familia de Clara, principalmente a su hermana Abby (Tiaré Scanda) y a Daniel, ex novio de Clara (José María Yázpik), que además y por supuesto, es prácticamente un miembro extendido de la familia.

Aún con lo bien hechecita que está la parte de la comedia romántica, es en ese ambiente familiar que arropa a la pareja protagónica, donde se descubre lo que parece ser el verdadero interés de la directora Aguilar Mastretta: Mostrar relaciones familiares, en este caso de hermana a hermana y, en plano secundario, de madre a hija, enraizadas en diálogos sabrosos y creíbles, que nos acercan a todos los personajes, como si fueran, pues sí, nuestra propia familia.

viernes, 10 de febrero de 2017

13ª ****

(13th, EUA 2016) Clasificación ‘TV-MA’ (público maduro)
Calificaciones ****Excelente ***Buena **Regular *Mala

Donald Trump es presidente de los Estados Unidos. Es importante, necesario, diría yo, ver la película “13ª”, para entender mejor de dónde vienen (y a dónde van) el lenguaje de odio y las acciones del flamante presidente acerca de los mexicanos. Nominada al Óscar 2017 a Mejor Documental y disponible en Netflix.

La 13ª enmienda a la constitución de los Estados Unidos, abolió en 1865 la esclavitud en ese país. Esta enmienda establece que en los Estados Unidos no existirá la esclavitud ni la servidumbre involuntaria, excepto cuando se use como castigo a criminales. Hago énfasis en la palabra “excepto”, porque ahí radica el centro del planteamiento de este documental. En breve: al dejar de existir los esclavos, los estados del Sur encontraron la forma de mantener a la población negra haciendo trabajos forzados: convertirlos en criminales, para aplicar la 13ª enmienda.

La directora Ava DuVernay (Selma, 2014) enlaza entrevistas con activistas, abogados y algunos miembros destacados de la política estadounidense, para explicar de manera fluida cómo, a partir de 1865 y a lo largo del siglo XX, desde los estados sureños se ha conseguido exitosamente criminalizar a la población negra, originalmente acusando a los hombres de violadores (de mujeres blancas, por supuesto), posicionando como criminales a los negros en la mente de la sociedad,  lo cual llevó a la segregación legal en esos estados. Eventualmente, en la segunda mitad del siglo XX y al terminar la segregación, el estatus de negros asesinos y narcotraficantes ya era aceptado por el grueso de la población norteamericana (los propios negros incluidos), estatus que continúa hasta hoy y ha dado como consecuencia que los Estados Unidos, con sólo el 5% de la población mundial, tenga el 25% de los prisioneros de todo el mundo. Y de ellos, prácticamente la mitad son negros. Sin embargo, sólo el 13% de la población estadounidense es negra.

Teoría de conspiración, podrá decir usted, creer en la caracterización, a lo largo de 150 años, de los negros como violadores, narcotraficantes y asesinos para encarcelarlos. Podría ser. Lo invito a recordar las palabras de Trump al inicio de su campaña electoral: para él (y los muchos gringos que le creen), los mexicanos somos narcotraficantes, criminales y… violadores.

jueves, 9 de febrero de 2017

Hasta el último hombre ****

(Hacksaw Ridge, EUA/Australia 2016) Clasificación México ‘B-15’/EUA ‘R’
Calificaciones: ****Excelente ***Buena **Regular *Mala


Como director, Mel Gibson no le saca al parche a la hora de contar historias. En “Hasta el último hombre” nos presenta un episodio verdadero de la 2ª Guerra Mundial, en la toma de Okinawa por el ejército estadounidense en 1945, donde un paramédico salvó a cerca de 100 soldados heridos por fuego japonés. Por si esto fuera poco, el paramédico lo hizo sin tocar un arma, al enlistarse voluntariamente pero como objetor de conciencia, con base en su fé en el mandamiento cristiano “No matarás”.

El director Gibson, como es su costumbre (Corazón Valiente, 1995; La Pasión de Cristo, 2004; Apocalypto, 2006) no es tímido a la hora de presentar la violencia en pantalla. “Hasta el último hombre” tiene escenas extendidas que ponen al centro de la pantalla todo el salvajismo y la carnicería de una guerra cuerpo a cuerpo. Gibson tampoco es tímido a la hora de presentar sus convicciones de patriotismo y de fé, a través de las creencias de Desmond Doss, su personaje central, un joven adventista de la Virginia rural que, aún enlistado en el ejército, seguro de su deber con su país, pone por delante a Dios y sus Mandamientos.

La encarnación de Desmond Doss que hace el actor Andrew Garfield remite, hasta cierto punto, al Forrest Gump de Tom Hanks, como un joven pueblerino, siempre franco y siempre llevado por su buena conciencia. He ahí una muestra más de la sinceridad de Mel Gibson como cineasta: al leer un poco, me entero que la historia del heroísmo de Doss ha sido embellecida muy poco para la pantalla y sólo en detalles periféricos. Incluso, el verdadero Doss aparece en una entrevista real en algún punto de la película y, por lo poco que se puede ver y oír, en efecto estamos ante un hombre sencillo y franco. Con “Hasta el último hombre”, Gibson demuestra que, a veces, Hollywood no necesita más que contar las cosas como son.

Aliados ***

(Allied, Reino Unido/EUA 2016) Clasificación México ‘B’/EUA ‘R’
Calificaciones: ****Excelente ***Buena **Regular *Mala


De niño y adolescente, las películas sobre la 2ª Guerra Mundial me gustaban mucho, con sus increíbles historias de heroísmo y personajes encarnando los ideales del bien y la justicia. Eventualmente estas producciones desaparecieron de las pantallas para ser sustituidas por cine “de acción”, donde la violencia gráfica gratuita fue creciendo hasta convertirse en la norma de los últimos veintitantos años. El cine de guerra no acabó pero sí fue afectado por este “estilo”. Por eso me da mucho gusto cuando algún cineasta se da a la tarea de regresar a una de esas películas a la antigüita, donde lo central es lo que ocurre lejos del frente de batalla y los héroes sacrifican sus vidas de forma privada, no sorteando campos minados ni esquivando bombas, balas o bayonetas. En este caso, el director Bob Zemeckis presenta el romance entre dos espías aliados, ella francesa, él canadiense, que se conocen y se enamoran perdidamente durante una misión prácticamente suicida en, dónde más, Casablanca.

Zemeckis tapiza la pantalla con romanticismo, de principio a fin. Imágenes estilizadas desde que el espía canadiense (Brad Pitt) literalmente cae del cielo y camina por las dunas marroquís cual Lawrence de Arabia, para conocer e iniciar la misión con la hermosa espía francesa (Marion Cotillard) que será su guía en esta Casablanca poblada por aliados patriotas, franceses “neutrales” y, valga el pleonasmo, nazis despreciables (calcada, para bien, de la cinta homónima e ícono del melodrama heroico y antibélico situado en el mismo periodo histórico), hasta su último sacrificio personal en suelo británico y eventual redención en el paraíso terrenal.

Supongo que el romanticismo y el melodrama, así planteados, no sólo no está peleados con temas de heroísmo en tiempos de guerra, sino son obligatorios en este tipo de cine. Los héroes deben ser fuertes, guapos y fríos ante la adversidad. Las heroínas deben ser hermosas, arriesgadas y complementarlos intelectual e ideológicamente (estas historias siguen siendo machistas, como los orígenes de las guerras, pues). El realismo no tiene lugar aquí. Si Brad Pitt suena o no como parisino, como quebecquense o siquiera como canadiense, sale sobrando, como advierte el personaje de Marion Cotillard. La guerra es siempre terrible, pero sus fines, a veces, son por el bien mayor de la humanidad y no parece que en nuestro tiempo de vida logremos un mundo sin guerras. Sin historias idealizadas como “Aliados”, todo sería gris y triste. Mucho.