(México 2002) Clasificación ‘B-15’
Por: Joel Meza
“Dejar los hábitos y convertirme en profesor de Civismo...” es una de las dudosas opciones que contempla el Padre Amaro al ser confrontado con su evidente falta de compromiso religioso y personal en una de las escenas de El crimen del Padre Amaro. Podemos, por un momento, considerar en otro contexto las consecuencias de su visión torcida del servicio a la comunidad, en la nueva cinta del director Carlos Carrera, protagonizada por Gael García Bernal y Ana Claudia Talancón.
Es difícil que uno se pueda desentender de este estreno, después de todo el escándalo que le precede; en fin. Afortunadamente las salas nuevamente se llenan con una película mexicana. Respecto a la trama, diré solamente que Carrera y su guionista Vicente Leñero cumplen lo anunciado en el título: en efecto, nos muestran a un sacerdote católico con un comportamiento criminal, basados en una novela portuguesa escrita en 1875. En la adaptación fílmica, la acción ocurre en nuestra época, en el pueblo mexicano de Los Reyes, donde Amaro y demás personajes, en mayor o menor grado, resultan modelos a escala de ciertos aspectos de nuestra vida nacional. En general Carrera y Leñero no han inventado el hilo negro: sabemos que en todo el mundo hay sacerdotes que rompen sus votos de castidad e incluso cuestionan la regla del celibato; en nuestro país los hay que apoyan movimientos guerrilleros; otros más solapan las acciones del “crimen organizado” a cambio de jugosos diezmos (¿“dinero malo que se hace bueno”?). Sabemos además de políticos corruptos y médicos criminales; el fanatismo tanto religioso como ateo también existe. En el microcosmos de Los Reyes reconocemos sin duda estos elementos y reímos nerviosamente en la oscuridad de la sala al ser testigos de acciones normalmente ocultas en la vida real. Carrera adereza una buena narración, con íconos tanto históricos como cinematográficos, que van de la pasión cristera y el exilio español enfrentados todavía en esta época, a la intolerancia mutua de extremos de un mismo espectro ideológico, pasando por logradas creaciones plásticas personales y los casi obligados guiños al maestro Buñuel, que hiciera toda una carrera de su lucha personal por amalgamar catolicismo y ateísmo, heredados respectivamente de su madre y padre.
El crimen del Padre Amaro me hizo recordar mi infancia, cuando viví en pueblos como Los Reyes. La intolerancia religiosa y, al igual que en la película, la ambigua consigna “te vas a condenar”, estaban a la orden del día. En uno de esos pueblos, la comunidad religiosa local, formada entre otros por Maristas y varias órdenes de sacerdotes y monjas, en la mayoría de los casos y hasta donde podía yo entender, buscaba la respetuosa convivencia de todos. Sin duda había los prietitos en el arroz, tanto a nivel religioso como social y político, justo como los personajes presentados tan efectivamente por Carlos Carrera. No sé cuál sea la opinión completa de Carrera sobre la iglesia Católica, ni creo que su película sea un tratado al respecto. Es, simplemente, una historia sobre la ausencia de amor y de compromiso. Por algo no se llama, ciertamente, Las virtudes del Padre Amaro.
(Publicada originalmente el 21 de Agosto de 2002, en La Voz de la Frontera.)
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