lunes, 30 de noviembre de 2015

El Principito **1/2

(Le Petit Prince, Francia 2015) Clasificación México ‘A’/EUA ‘PG’
Calificaciones ****Excelente ***Buena **Regular *Mala

Lo esencial es invisible para los ojos, dice El Principito, tanto en la novela de Antoine de Saint-Exupéry como en la nueva adaptación fílmica, del director Mark Osborne. La película tiene, entonces, el reto de mostrar lo invisible.

En la película, una niña es presionada por su madre para pasar el verano encerrada en casa, estudiando para ingresar al mejor colegio y asegurar su futuro de adulta seria y responsable. Pero los niños siempre serán niños, así que muy pronto se encuentra frecuentando al vecino, un anciano aviador retirado que intenta restaurar un viejo avión monoplaza en su patio y va contándole, usando dibujos y textos escritos a mano, la historia de El Principito, un niño de otro planeta, a quien conoció en uno de sus viajes por el desierto del Sahara. Por supuesto, la niña y el viejo se hacen amigos, más o menos en la misma forma en que lo hacen el Zorro y el Principito del cuento.

Aunque toda la película es animada, la estrategia visual del director Osborne (que antes hizo Kung Fu Panda) consiste en mostrar la“realidad”, es decir, la vida de la niña y el aviador, con dibujos estándar, hechos y animados por computadora, muy parecidos a lo que estamos acostumbrados desde que Pixar estrenó Toy Story hace 20 años. Y la historia del Principito, conforme la va imaginando la niña, se muestra en animación cuadro por cuadro (“stop motion”) de muñecos estilo papel maché, lo que le da a estas escenas una riqueza visual y una calidad poética que remite directamente a la novela de Saint-Exupéry.

Lo mismo pasa con las dos historias en pantalla: la relación de la niña reprimida y el viejo alivianado resulta bastante normal para los estándares hollywoodenses, mientras que los pasajes sobre el Principito conservan las ideas, mucho más abstractas, de la novela. Lo esencial, pues. Sin embargo, estos bellos pasajes ocupan algo así como un tercio de la película, ya que, durante la segunda mitad, la historia de la niña se mueve a situaciones inventadas usando algunos de los personajes de la novela.

Ahí es donde la película sufre de ese típico problema de intentar contar una historia nueva con personajes ya establecidos en obras populares, como, por ejemplo, ha ocurrido con los derivados fílmicos de Peter Pan. Rara vez en el cine ha funcionado el concepto de “¿Y qué pasó con…?” En El Principito, del director Osborne, el resultado no es malo pero tampoco es tan bueno como el material fuente, fallando, en mi opinión, en su propia tarea de centrarse, qué más, en lo esencial.
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... y por ahí en la red o en disco, puede usted encontrar la primera adaptación a cine:

El Principito ***
(The Little Prince, EUA 1974)

El legendario director Stanley Donen (obra mayor: Cantando bajo la lluvia, 1952) presentó hace 41 años su adaptación musical de la novela El Principito, con una historia fiel, excepto por algunos cambios a los personajes y los planetas que el Principito visita antes de llegar a la Tierra, y con el agregado de números musicales para ayudar a la narrativa del original de Saint-Exupéry. El resultado es bastante agradable, si bien encasillado, visual y auditivamente, en la época en que se filmó.

Destacan las canciones del Zorro (el genial Gene Wilder, que tres años antes hizo el papel de Willy Wonka) siendo domesticado por el Principito, y la Serpiente (Bob Fosse, el legendario coreógrafo y creador de grandes musicales como Chicago) ofreciendo sus servicios de asistencia suicida y que, en sus pasos de baile, evidentemente inspiró al mejor Michael Jackson, el de principios de los 1980s. El aviador es el actor Richard Kiley, en quien, al ser el narrador, recaen la mayoría de las canciones de la adaptación.

En cuanto al Principito, el niño Steven Warner, de unos 8 años, de entrada parece demasiado joven para el protagonista, dada la profundidad de los diálogos y la melancolía implícita del personaje, pero en sus escenas con adultos (todas, de hecho) mantiene muy bien las situaciones. De paso, recuerdo la reflexión que hace la novela sobre cómo los adultos insistimos en números para conocer a las personas (“¿cuántos años tiene?”). Lo esencial, aquí, es que la película nos hace creer que este niñito puede hacerse amigo de un zorro, confabular con una serpiente, enamorar a una rosa y ganarse el corazón de un aviador varado en el desierto.

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