(Reporte especial desde España)
Por: Joel Meza
Camino a España, por razones mucho más felices que las aquí expuestas, no he intentado evitar la anticipación al festín cinematográfico que podía esperarme a mi llegada. Después de todo, me disponía a pasar dos semanas en la tierra de las tapas, del Cid, de Buñuel, de Saura y Almodóvar. Las salas de cine debían estar plagadas de todo un mundo –un viejo mundo- de historias e imágenes por conocer. Se vale soñar.
Es cierto que, como cinéfilos mexicanos, podemos reclamar un poco de pertenencia en la obra que Luis Buñuel creó en nuestro país durante su exilio. Pero realmente el Cine Español, como tal, nos resulta completamente ajeno. Inicialmente, por su escasa difusión ante la apabullante industria fílmica de mexicana de la primera mitad del siglo XX, y después, fuera de las películas de Rocío Dúrcal, Marisol, Joselito y hasta Pili y Mili, la verdadera conquista, la hollywoodense, rápidamente desplazó a nuestro agonizante cine de ficheras y albures, pero también a lo nuevo que ya se hacía en los setentas y ochentas en España. Y entonces llegó Almodóvar. Su oscareada Mujeres al borde de un ataque de nervios, encabezó una pequeña avanzada hispana, con nombres como Alex de la Iglesia, Bigas Luna y Alejandro Amenábar, unos cuantos botones de muestra que justifican mi ilusión.
Ya en Madrid, y después de admirar La Mala Educación, de Pedro Almodóvar, como se debe, en el cine/teatro Palacio de la Música, sobre la Gran Vía y con 1,500 butacas numeradas, me dispongo a continuar con el banquete. Un rápido vistazo a las marquesinas y luego una cuidadosa revisión de la famosa Guía del Ocio confirman lo peor. La Madre Patria sufre de nuestro mismo mal: hollywooditis crónica. Al chamaquito de los shorts y mirada acusadora del espectacular de La Mala Educación lo acompaña, en las carteleras cercanas, ese perro de caricatura que nuevamente dice llamarse Scooby Doo; el viejo Jack Nicholson abraza risueño a la igualmente feliz y otoñal Diane Keaton, mientras que Adam Sandler hace lo mismo con Drew Barrymore como si fuera la primera vez, y Ben Stiller deja a su novia Polly por su nueva pareja, Hutch, y su carro rojo de la raya blanca. En resumen, básicamente la misma oferta que en cualquier ciudad mexicana, con un pequeño agregado. En lugar de tener letritas para entender lo que dicen nuestros héroes gringos, en España TODAS las películas se exhiben dobladas al Castellano (no confundir con nuestro Español, por favor) por actores ibéricos, que habitualmente doblan al mismo actor norteamericano, para que la gente no extrañe las voces. En mi propia tierra evito entrar a funciones donde pudiera oír a Scooby Doo, por ejemplo, decir cosas como “¡chanfle!”; no veo por qué deba aceptar oírlo exclamar “¡jolines!”
Siguiendo mi camino por las calles madrileñas, y sin esperanza de una buena educación fílmica a la española, prefiero abstenerme. Y olé.
(Publicada originalmente el 19 de Abril de 2004, en La Voz de la Frontera.)
Llega la 75a Muestra Internacional de Cine
Hace 2 semanas