domingo, 23 de septiembre de 2007

La Buena Educación, o ¿Tú también, Scooby?

(Reporte especial desde España)
Por: Joel Meza

Camino a España, por razones mucho más felices que las aquí expuestas, no he intentado evitar la anticipación al festín cinematográfico que podía esperarme a mi llegada. Después de todo, me disponía a pasar dos semanas en la tierra de las tapas, del Cid, de Buñuel, de Saura y Almodóvar. Las salas de cine debían estar plagadas de todo un mundo –un viejo mundo- de historias e imágenes por conocer. Se vale soñar.

Es cierto que, como cinéfilos mexicanos, podemos reclamar un poco de pertenencia en la obra que Luis Buñuel creó en nuestro país durante su exilio. Pero realmente el Cine Español, como tal, nos resulta completamente ajeno. Inicialmente, por su escasa difusión ante la apabullante industria fílmica de mexicana de la primera mitad del siglo XX, y después, fuera de las películas de Rocío Dúrcal, Marisol, Joselito y hasta Pili y Mili, la verdadera conquista, la hollywoodense, rápidamente desplazó a nuestro agonizante cine de ficheras y albures, pero también a lo nuevo que ya se hacía en los setentas y ochentas en España. Y entonces llegó Almodóvar. Su oscareada Mujeres al borde de un ataque de nervios, encabezó una pequeña avanzada hispana, con nombres como Alex de la Iglesia, Bigas Luna y Alejandro Amenábar, unos cuantos botones de muestra que justifican mi ilusión.

Ya en Madrid, y después de admirar La Mala Educación, de Pedro Almodóvar, como se debe, en el cine/teatro Palacio de la Música, sobre la Gran Vía y con 1,500 butacas numeradas, me dispongo a continuar con el banquete. Un rápido vistazo a las marquesinas y luego una cuidadosa revisión de la famosa Guía del Ocio confirman lo peor. La Madre Patria sufre de nuestro mismo mal: hollywooditis crónica. Al chamaquito de los shorts y mirada acusadora del espectacular de La Mala Educación lo acompaña, en las carteleras cercanas, ese perro de caricatura que nuevamente dice llamarse Scooby Doo; el viejo Jack Nicholson abraza risueño a la igualmente feliz y otoñal Diane Keaton, mientras que Adam Sandler hace lo mismo con Drew Barrymore como si fuera la primera vez, y Ben Stiller deja a su novia Polly por su nueva pareja, Hutch, y su carro rojo de la raya blanca. En resumen, básicamente la misma oferta que en cualquier ciudad mexicana, con un pequeño agregado. En lugar de tener letritas para entender lo que dicen nuestros héroes gringos, en España TODAS las películas se exhiben dobladas al Castellano (no confundir con nuestro Español, por favor) por actores ibéricos, que habitualmente doblan al mismo actor norteamericano, para que la gente no extrañe las voces. En mi propia tierra evito entrar a funciones donde pudiera oír a Scooby Doo, por ejemplo, decir cosas como “¡chanfle!”; no veo por qué deba aceptar oírlo exclamar “¡jolines!”

Siguiendo mi camino por las calles madrileñas, y sin esperanza de una buena educación fílmica a la española, prefiero abstenerme. Y olé.
(Publicada originalmente el 19 de Abril de 2004, en La Voz de la Frontera.)

Un día sin Mexicanos *

(A day without a Mexican, EUA/México/España, 2004) Clasificación ‘B-15’
Calificaciones: ****Excelente ***Buena **Regular *Mala
Por: Joel Meza

¿Qué pasaría si California se quedara sin Mexicanos? Sergio Arau escribe y dirige su primer largometraje basado en una premisa que antes ya expuso en un corto del mismo nombre, en 1998, protagonizado también por Yareli Arizmendi, la hermana “mala” de Como agua para Chocolate, dirigida por Arau papá en 1992.

La idea no es mala y el acercamiento inicial del ex-rockero Arau es prometedor: un falso documental con tintes satíricos nos muestra testimonios de estadounidenses que dan sus opiniones acerca de la misteriosa desaparición, un buen día, de todos los mexicanos, chicanos y, en general, todos los latinoamericanos residentes de California. Los testimonios se intercalan principalmente con la historia de Lila Rodríguez, una reportera de televisión en Los Angeles, que parece ser la única “latina” que queda en todo el estado. También seguimos algunas historias menores que presentan cómo afecta el extraño fenómeno a algunas familias de gringos-gringos. Toda la película está filmada en video digital, sin ninguna razón aparente, excepto el obvio bajo presupuesto. Las imágenes expandidas del video a la pantalla grande se ven granulosas y borrosas, lo que vuelve cansada la sentada de 100 minutos.

Desafortunadamente Arau nunca termina de decidir si Un día sin Mexicanos debe ser una comedia, una farsa, una denuncia o un melodrama. Y es que la cinta se mueve de un lado a otro, agotando rápidamente la premisa y dando vueltas sobre las mismas ideas una y otra vez. A lo largo de la película, de vez en cuando aparecen en pantalla leyendas con hechos más o menos obvios sobre la economía californiana. Al principio el recurso es gracioso porque funciona como un agudo comentario marginal a las escenas mostradas, pero después se vuelve un tanto molesto, al presentar datos que uno no sabe si tomar en serio o en broma, ya que lo mismo aparecen sobre las escenas cómicas del falso documental, que sobre los melodramas familiares de las distintas subtramas. La película termina siendo un conjunto de dramatizaciones de los más trillados clichés sobre el racismo y los maltratos a los mexicanos en el vecino estado. Estas situaciones han sido mejor desarrolladas en el pasado, para el cine por Cheech Marín, con su Born in East L.A. (EUA, 1987), y hasta por Los Tigres del Norte, en varios de sus corridos sobre mojados.

En general, Un día sin Mexicanos desperdicia la oportunidad al optar por el blanco y el negro, en un mundo donde todos los mexicanos son buenos, todos los gringos son malos y reciben su lección. Como reza el dicho citado en el cartel, nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido. Hace 20 años, Sergio Arau tuvo éxito como músico, con las ingeniosas y divertidas canciones rockeras de Botellita de Jerez, donde explotaba muy bien el valor de las historias cómicas cortas. Si recapacitara y volviera a su propuesta original, podría hacer una serie de entretenidos cortometrajes con el tema de “Un día sin...” Ahí le va mi sugerencia para el siguiente: Un día sin Chinos. ¿Qué comeríamos los cachanillas los domingos?
(Publicada originalmente el 8 de Agosto de 2004, en La Voz de la Frontera.)

Temporada de Patos ***

(México, 2004) Clasificación ‘B-15’
Por: Joel Meza
Calificaciones: ****Excelente ***Buena **Regular *Mala

Tengo una teoría: para ser buen cineasta en México hay que tener un apellido raro o de perdida ser güero. Antes de que me acuse de racista o simplemente de idiota, permítame intentar demostrarla con una pequeña lista. Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro, Luis Mandoki, Carlos Carrera, Arturo Ripstein, Alejandro González Iñárritu, Emmanuel Lubeski, Rodrigo Prieto, Alex Philips Jr. OK, no están todos los que son, pero no veo a ningún Sánchez o Pérez. Y con la salvedad de un par de ellos (y si Rodrigo Prieto, a quien nunca he visto, no le hace honor a su apelativo), todos pudieron ser en su momento angelitos de pastorela en su infancia, como se acostumbra hacer con chamacos de bucles pelos de elote. Y cada vez que estoy por olvidar mi tonta teoría, aparece un nuevo nombre con una buena película que la refuerza. Conozcamos a Fernando Eimbcke, con su ópera prima Temporada de Patos. Si usted puede pronunciar el nombre a la primera y sin dudar, y si después de verla piensa que Temporada de Patos es una mala película, no me haga caso.

Bueno, a lo nuestro. El joven Fernando Eimbcke, después de dirigir videos musicales para grupos como Plastilina Mosh, Molotov y Genitálica, y con un cortometraje exitoso en su haber (La suerte de la fea a la bonita no le importa, México, 2002), nos presenta su primer largometraje. Antes que nada, Temporada de Patos es una cinta muy divertida que realmente no se trata de nada. Cuatro personajes: dos niños, una adolescente y un joven adulto encerrados en un departamento de multifamiliar chilango un domingo en la tarde, sin luz eléctrica y pocas ganas de moverse. Claro que el exterior no es muy invitador que digamos. El departamento está en uno de los edificios del infame Tlatelolco y no hay más que concreto y calles repletas de carros en los alrededores. Tan aburrido es todo en este domingo que hasta la película está ausente de color y la historia se nos presenta en blanco y negro.

Todo inicia a las 11 am, cuando Flama y Moko, dos niños de catorce años, son dejados solos en el departamento del primero, listos para disfrutar su domingo. Juegos de video, papitas y coca-cola en cantidades industriales y dinero para la pizza y más cocas es todo lo que se necesita en esta sucursal del paraíso. Entra Rita, la vecina quinceañera, que prácticamente se instala en la cocina para hornear pastel tras pastel. A los niños no les interesa mucho lo que hace Rita (la cocina está en otra habitación), hasta que se va la luz y llega la pizza que pidieron por teléfono hace 30 minutos y 11 segundos, de acuerdo al cronómetro de Moko. Al negarse a pagar por la tardanza, Flama y Moko se convierten, junto con Rita y Ulises, el repartidor, en el cuarteto de Tlatelolco. Lo que sigue es poco más de una hora de un peculiar humor que no sigue una línea definida, sino se basa en observaciones sobre la vida que cada uno va compartiendo a veces con los otros tres, a veces sólo con uno o dos del grupo, dependiendo de cómo se distribuyan dentro del departamento en esa tarde aburrida.

Sin ser una película de acción, Temporada de Patos tiene de todo para atraer al público: desnudos, balazos, droga, persecuciones en moto, fantasías eróticas, rockanrol, Beethoven, futbol. Pero sobre todo, tiene diálogos muy divertidos en situaciones muy bien montadas, con una economía de lenguaje cinematográfico que Eimbcke agradece en los créditos a sus modelos a seguir, los directores Jim Jarmush y Yasujiro Ozu. Pero, aunque no hace daño, usted no tiene qué saber quiénes son Jarmush y Ozu para disfrutarla. En pantalla están las referencias a estos dos maestros del cine para quien las reconozca y para el resto está una película sencilla que se ve muy bien y que hace reír desde la primera hasta la última escena, sin forzar el chiste obvio.

Y qué bueno que se sigue exhibiendo esta semana, porque tenía muchas ganas de comentarla con usted en este espacio. Digo, no siempre que todo mundo se echa maromas al revés por una película mexicana vale la pena la espera (creo que muchas veces ganan la ausencia y el deseo de tener buen cine en nuestro país), pero en este caso me alegra sumarme a tanto brinco. Temporada de Patos es una muy buena película y seguramente lo mejor que se estrenó en 2004 hecho en México. Lo triste es que la cuenta de producciones nacionales no pase de diez al año. ¿Y nuestro peso extra? Que en 2005 se corrija el rumbo. Felicidades.
(Publicada originalmente el 2 de Enero de 2005, en La Voz de la Frontera.)