(México, 2016) Clasificación ‘B’
Calificaciones ****Excelente ***Buena **Regular *Mala
La mayor virtud de Compadres es que nunca aburre. La historia es sencilla pero por alguna razón desconocida, el director Enrique Begné decidió contarla en una trama enredosa y enredada, que, en el mejor de los casos, ayuda al suspenso y, en el peor, al menos mantiene al espectador entretenido, tratando de entender, primero, quién le robó qué a quién y, segundo, por qué los personajes dan tantas vueltas por ciudades, garitas, pueblos y desiertos para salir de y regresar a Mexicali.
Garza, un teniente de la policía cachanilla (Omar Chaparro en plan de antihéroe de acción) debe recuperar dinero de la mafia para rescatar a su secuestrada novia (Aislinn Derbez). Así, se ve forzado a hacer pareja dispareja con un genio de las computadoras, un adolescente gringo, güero y botijón (Joey Morgan). La fórmula obliga a que Garza y el chamaco al principio se odien, agarren camino (en un convertible, por supuesto), se hagan amigos y en algún punto hasta se salven mutuamente, de modo que al final no puedan vivir el uno sin el otro.
Para variarle un poco, el director Begné y sus coguionistas Gabriel Ripstein y Ted Perkins hacen que el dinero en cuestión pertenezca a más de un mafioso, de modo que detrás de Garza y el gringo andan dos sicarios de aspecto y métodos muy peculiares (los actores Héctor Jiménez y Mauricio Barrientos (a) El Diablito), que por sí mismos son la contraparte de los protagonistas y hacen la mitad cómica de la película, dado que, aunque Chaparro y Morgan tienen algunos intercambios graciosos, sus escenas son más bien serias en una trama que se beneficiaría de más humor de todos los personajes.
Varias elecciones de Begné distraen: las muchas peleas cuerpo a cuerpo en que se enfrasca Garza son mostradas de una forma en que no se aprovecha la aparente habilidad de Chaparro para las artes marciales y no se entiende quién le pica los ojos a quién.
Otra complicación es la cantidad de policías, narcos (hasta Joaquín Cossío sale un ratito) y “hackers” a su servicio. El resultado es que todos se conocen entre sí, de ciudad a ciudad; todos saben del dinero y, a pesar de los “hackers”, que mueven el dinero electrónicamente, también aparecen fajos y fajos de billetes, de la nada.
Y, ni modo, la más importante distracción es completamente cachanilla: filmada en parte en Mexicali y sus alrededores, uno no puede evitar sustraerse a la historia cuando hay cosas que nos hacen conscientes de que estamos viendo una película: cómo que para llegar a la esquina del Perico Ladino tienen los policías que manejar por la Madero si acababan de pasar frente al Cine Reforma; cómo que al cruzar del otro lado a México se llega a la Salada; cómo que Virreyes está en Tijuana… Qué quiere usted: aquí vivo y aquí voy al cine. Supongo (porque no me acuerdo) que así pasó cuando todos fueron a ver El Moro de Cumpas…
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