Porque el arte no necesita de estrellitas ni calificaciones, sigue mi batalla personal contra la estupidez de los distribuidores de cine en México, desde la comodidad de mi sala. En cueros.
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A PROPÓSITO DE SAN VALENTÍN (Y EL ESTRENO DE “50 SOMBRAS DE GREY”), VAN TRES DE MIS PELÍCULAS ROMÁNTICAS FAVORITAS de los últimos 30 años.
Secretaria
(Secretary, EUA 2002)
Antes de ver “50 Sombras de Grey” hay que conocer al Grey original. En esta historia de romance erótico, Lee Holloway es una veinteañera (Maggie Gyllenhaal) que se emplea como secretaria del abogado E. Edward Grey (James Spader) y ambos inician una relación laboral sadomasoquista que va más allá de lo que hubieran imaginado.
Lee está sobrecalificada para el puesto, si bien no tiene experiencia como secretaria, pero una situación personal la lleva a pedir el trabajo. Algunos errores menores con la máquina de escribir molestan a Grey, que descubre que su enojo ante la actitud sumisa de Lee le produce emociones eróticas. Como se dice, una cosa lleva a la otra y pronto Grey y Lee tienen encuentros sexuales sadomasoquistas.
El gran acierto de la película, escrita y dirigida por Steven Shainberg, está en su tratamiento del difícil tema central en las escenas eróticas: un poquito más allá y serían grotescas. Un poquito más acá y serían blandas y faltas de interés. Claro que sin los actores correctos, nada funcionaría y tanto Gyllenhaal como Spader encarnan perfectamente a sus personajes y nos convencen de que, pues sí, tumbados del burro y todo, son el uno para el otro.
Harry y Sally
(When Harry Met Sally…, EUA 1989)
Cuando Harry conoce a Sally por primera vez, le suelta esta idea: un hombre y una mujer no pueden ser amigos, porque la atracción física siempre se interpone. “Entonces, ¿los hombres sólo pueden tener amigas feas?” pregunta la incrédula Sally. “No, con esas también nos queremos acostar…” es la rápida y sincera respuesta de Harry.
El director Rob Reiner lleva a Billy Crystal y Meg Ryan en los papeles titulares, a partir de un guión de Nora Ephron, mostrándonos distintos encuentros entre Harry y Sally, desde que se conocen al salir de la universidad, hasta que ya son, cada uno por su cuenta, profesionistas establecidos en Nueva York. Recién separados de sus respectivas parejas, inician una relación netamente amistosa donde intercambian divertidas pero profundas ideas acerca, principalmente, de las relaciones amorosas en la sociedad norteamericana actual, a partir de sus propias experiencias (de antología, la legendaria escena del sándwich de Sally). Eventualmente, por supuesto, Harry y Sally se darán cuenta de lo que nosotros ya adivinamos: los dos buenos amigos están sentando las bases de una relación más fuerte y duradera.
Y UNA PARA TODA LA FAMILIA, PORQUE LOS NIÑOS TAMBIÉN FESTEJAN SAN VALENTÍN.
El pirata y la princesa
(The princess bride, EUA 1987)
“Como gustes”. Con esa breve frase, el joven Westley sella su devoción por la bella granjera Buttercup e inicia una fantástica aventura llena de romance, piratas, príncipes y princesas, espadachines, gigantes, monstruos y brujos. Como pidiera Cri-Crí, “a los niños, en estos tiempos, los mismos cuentos nos gusta oír…” y el director Rob Reiner cumple.
La bella Buttercup (Robin Wright) descubre el amor de su empleado Westley (Cary Elwes), que siempre responde “como gustes” a todas sus órdenes. Como Westley es pobre, se va en busca de fortuna para poder casarse con Buttercup. Cinco años pasan y las noticias de que Westley ha muerto a manos del Temible Pirata Roberts rompen el corazón de Buttercup. Entonces un trío de forajidos la secuestra, antes de su boda con el Príncipe Humperdinck (Chris Sarandon). Los forajidos son un enredista italiano (Wallace Shawn), un espadachín español (Mandy Patinkin) que busca al asesino de su padre y un gigante de verdad (el luchador André el Gigante, por cierto). Humperdinck y su ejército salen tras ellos, mientras que un misterioso hombre enmascarado también los persigue.
Siempre en tono de comedia, la película nunca pierde su aire de cuento de hadas, gracias a que la historia está narrada por un abuelo (Peter Falk, el Columbo de la tele setentera) que, en el tiempo presente, le lee el libro del título a su nieto (Fred Savage, el niño de Los Años Maravillosos ochenteros). Una vez enganchados, ni el nieto, ni nosotros, queremos que el abuelo deje de contar el cuento. “Como gusten…”
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