(Volando Bajo, México, 2014) Clasificación ‘A’
Calificaciones ****Excelente ***Buena **Regular *Mala
El director culichi Beto Gómez se lanza sobre la onda grupera, en esta fallida comedia que al menos hace un excelente trabajo al parodiar el ambiente de la música y el cine populares en México durante los 1970s y ‘80s.
Conozca usted a Chuyín Venegas y Cornelio Barraza, dos chamacos bajacalifornianos que son el blanco de otro par de niños abusivos en su natal Cantamar, en la costa del Pacífico. Chuyín y Cornelio toman como una señal del destino la coincidencia de ser malos para pelear y deciden formar un dueto musical. Armados con una guitarra que supuestamente perteneció a José Alfredo Jiménez, se convierten en Los Jilgueros de la Baja. Eventualmente y gracias a su representante, un peluquero rosaritense (Roberto Espejo) que peina sus largas melenas ochenteras y los rebautiza como Los Jilgueros de Rosarito, Chuyín (Gerardo Taracena) y Cornelio (Rodrigo Oviedo) se convierten en grandes ídolos gruperos, rompiendo récords de venta de discos chafas, llenando conciertos chafas, apareciendo en programas de tele chafas y actuando en una película tras otra, chafísimas también.
El gran chiste de Volando Bajo está en el hecho de que Chuyín y Cornelio están convencidos de que sus dotes artísticas son extraordinarias. Y no sólo ellos: el público y quienes trabajan en los medios de comunicación nacionales e internacionales también ven en Los Jilgueros de Rosarito la máxima expresión musical y actoral de la historia, por lo que el dinero llega por millones y Chuyín se muda a vivir a una mansión de París. Sí: en Francia, como lo anuncia el letrero sobre una torre Eiffel que llena la pantalla.
Beto Gómez decide contar su historia paródica a través de, a su vez, parodiar la conocida fórmula del documental sobre músicos famosos. Fuera de unas pocas escenas de recuerdos personales de Chuyín junto a su prima, una sorprendentemente efectiva Ludwika Paleta y otras cuantas que sirven para establecer a la entrevistadora (Sandra Echeverría con una exagerada peluca para estar a tono con las greñas de todo el reparto), Volando Bajo está armada con una sucesión de cabezas parlantes y videoclips, cuya intención es adentrarnos en ese universo alterno en el que dos músicos tan malos se ganan el corazón de todo el mundo. El problema es que, después de presentada la idea, la película no va muy lejos y termina siendo repetitiva y, pecado mortal, aburrida.
Lo único que nos queda, en todo caso, es sonreír con las imágenes “de época” que el director Gómez inserta en su falso documental. Mire usted: sacando cuentas, más o menos yo tengo la edad de estos Jilgueros de Rosarito y recuerdo muy bien cómo eran esos videoclips ochenteros, esos maratónicos programas musicales de televisión chafa, esas malísimas películas mexicanas que se exhibían en los cines de COTSA y en general toda esa cobertura de medios nacionales que dio pie a la actual subcultura grupera. Beto Gómez da en el clavo con sus excelentes clones audiovisuales, pero no cuida de igual forma la historia que quiere contar y su excelente cuadro de actores (que incluye a Rafael Inclán y a Xavier López –sin Chabelo-) se queda volando… bajo.
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