Antes que crítico de cine, soy espectador. Igual que todos, pago mi boleto y entro al cine esperando ser conmovido con películas excelentes. A veces este es sólo un sueño guajiro y termino aguantando algún bodrio infumable. La semana entrante, adelanto, publicaré mi lista de lo mejor de 2014. Mientras tanto, aquí están las cinco películas que más sufrí este año, en cuenta regresiva (es decir, de la menos mala a la peor).
5. La Dictadura Perfecta - La idea no es mala, al contrario: es buenísima. Satirizar la maquinaria de la sucesión presidencial, echando mano de la vox pópuli de que Televisa acomodó en el puesto al actual presidente, da para mucho. Lo malo es que el director Luis Estrada parece esperar que nos dé risa (¿o nos haga reflexionar?) el reconocer estas situaciones, sin presentarlas de una manera graciosa o incisiva realmente. Ninguna situación puesta en pantalla es desconocida (que si el video de un político recibiendo dinero, que si el góber precioso, que si no encuentran a Paulette, que si…etc.); los diálogos carecen de chispa y las escenas son innecesariamente largas. En resumen: refrito aguado de La Ley de Herodes.
4. Cantinflas - Una película mala con una actuación fantástica en el papel principal. Óscar Jaenada encarna a Cantinflas con tal perfección, que es imposible no rendirse ante la emoción de ver al Mimo de México nuevamente en la pantalla grande. Pero hasta ahí llega el gusto. Debo reconocer que el director Sebastián Del Amo me ganó en los primeros minutos, cuando el futuro Cantinflas se presenta por primera vez y dice su nombre con una gracia en la que adivinamos las semillas del popular personaje. La complicidad palpable del público en esos primeros minutos, en el cine en que la ví, no es recompensada con una historia que nos emocione más allá de estar viendo al Cantinflas de Jaenada hablar y moverse en la pantalla grande.
3. Hijo de Dios – Una blanda colección de los momentos “más famosos” en el ministerio de Jesús (la curación de un paralítico, el perdón a la mujer adúltera, la resucitación de Lázaro) sin un orden ni una liga que justifiquen el argumento inicial (un anciano Juan nos cuenta que es el último discípulo sobreviviente, mientras rememora su vida junto a Jesús). El último tercio es más coherente al enfocarse en el ñacañaquesco plan del Sumo Sacerdote para deshacerse del Mesías antes de que Poncio Pilatos le cierre el changarro, justo en medio de la Pascua. Pero los personajes son reducidos a sus “cinco minutos de fama” y Pedro niega a Jesús nomás porque lo tiene que negar; Judas se ahorca sólo porque lo tiene que hacer y Pilatos se lava las manos porque…las tiene sucias.
2. El Crimen del Cácaro Gumaro - Uno de los problemas de El Crimen del Cácaro Gumaro, del director Emilio Portes, está en esa combinación de parodias del pop y humor físico que ha sido explotada hasta el cansancio por series como las de Scary Movie, con un público muy definido. Lo malo es que, en su intento, Portes no encuentra a ese público. Y el otro problema está en la gracia que puedan tener los actores para hacer este tipo de comedia. Carlos Corona y Alejandro Calva, los protagonistas, no tienen el carisma suficiente para que nos encariñemos con ellos y nos riamos con todos sus dichos y tropezones. El Güiri Güiri sale bien librado pero estoy seguro de que me he reído mucho más con su trabajo en la tele. Quien sí es todo un caso para reevaluar como actriz de comedia es Ana de la Reguera, que no parece ser capaz de entregar sus líneas de una forma que lleve a la risa al respetable.
1. ¿Qué le dijiste a Dios? - Sin quitarle ni ponerle, anoto los temas presentados en este intento de musical: discriminación por clasismo y racismo; adulterios, robos, secuestros, enfrentamientos a mano armada, violencia y heridos por arma de fuego, incluyendo niños. A pesar de que más o menos cada cinco minutos se inserta una canción de Juanga, para un total de trece, solamente las tres cantadas por un energético Víctor García (“Vienes o Voy”, que no conocía; “No Tengo Dinero” y “El Noa Noa”) son propuestas felices. Todas las demás tienen a sus intérpretes en pantalla sufriendo la historia que les tocó representar y los pésimos bailables que tienen que ejecutar. La elección de fotografiar los números musicales desde una cámara fija al nivel del piso, que se desenfoca en los rostros de los bailarines, resulta en tablas gimnásticas planas.
Para acabarla, ninguno de los personajes está escrito (por la propia directora Teresa Suárez) para ganarse la simpatía del espectador. Excepto por el personaje de Víctor García, todos son odiosos, insensibles, abusivos y sin ningún sentido del bien y del mal. Pobre Juan Gabriel que, después del final, se avienta un palomazo metido a la fuerza, mientras le echa aire con su abanico a una parte del elenco, que baila sin ganas. ¿No tengo nada bueno que decir, entonces? ¿Nadanadanadanada? Que no, que no.
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