(The Wolf of Wall Street, EUA 2013) Clasificación México ‘C’/EUA ‘R’
Calificaciones ****Excelente ***Buena **Regular *Mala
“No codiciarás los bienes ajenos” es, por supuesto, el Décimo Mandamiento de la Ley de Dios. Tan natural resulta al hombre este mandato, que desde hace siglos ha trascendido la religión para formar parte de los códigos penales en todo el mundo. Sin embargo, si usted ha conocido, realmente conocido, a un vendedor nato, de esos que, como dicen, podría vender hasta a su mamá, sabrá que la principal motivación para vender exitosamente es, precisamente, desear con toda el alma quedarse con el dinero del cliente, a como dé lugar. El Lobo de Wall Street, del director Martin Scorsese es una historia donde el vendedor confiesa abiertamente el secreto de su increíble éxito: “Codiciarás los bienes ajenos”.
Leonardo DiCaprio interpreta a Jordan Belfort, quien realmente existe y, siendo un veinteañero de clase media en los 1980s, entró a trabajar como corredor de bolsa en una firma de Wall Street, con un solo objetivo: ser millonario. Y justamente como le aclara su mentor en su primer empleo (Matthew McConaughey en un genial cameo extendido), para convertirse en millonario como corredor de bolsa hay que tener claro que en ese trabajo no se produce nada, sino ganancias a base de especulaciones del mercado de valores. Mientras más hábil sea uno para especular, mayores serán las ganancias y por lo tanto, la comisión que se lleve el corredor, aún si al final el dueño original del dinero no gana nada o incluso pierde todo. Así que para ser millonario, definitivamente hay que desear con toda el alma quedarse con la lana del prójimo.
Naturalmente, una codicia tan excesiva y bien llevada, por así decirlo, traerá las consiguientes ganancias que le permiten a uno tener más de lo necesario en cuanto a posesiones terrenales: mansiones, autos, aviones, yates… Y para aguantar la tensión de tanto exceso, pues qué mejor terapia que más excesos, pero en la diversión: alcohol, sexo, drogas… en fin, todo lo necesario para armar orgías interminables que ocurren antes, durante y después de los millonarios negocios.
Y así como se lo platico, así lo pone en pantalla Martin Scorsese, adaptando con su habitual y entretenida crudeza el libro que Belfort escribió hace unos diez años, contando sus aventuras y desventuras ochenteras y noventeras. Tan divertido resulta el espectáculo en pantalla, gracias al genio de Scorsese y a las interpretaciones de DiCaprio como Belfort, Jonah Hill como su socio y el resto del extenso reparto (tanto, que la mayoría de los papeles secundarios parecen más bien cameos o apariciones especiales), que durante las tres horas que dura no podemos sino dejarnos llevar por la historia que lo mismo recurre a la voz narrativa del protagonista fuera de cuadro, o bien, rompe la cuarta pared y hace que Belfort voltee hacia nosotros y nos explique qué tienen en común tantas llamadas telefónicas y tantos millones de dólares, con tanta droga, tanta desnudista paseándose por las oficinas y, finalmente, tanta sospecha de las autoridades federales. Bueno, alguien tiene que reforzar el cumplimiento de los mandamientos, ¿no?
Considerando que el boleto que pagué para ver El Lobo de Wall Street sirvió, en parte, para cubrir la millonaria suma que recibió Jordan Belfort por los derechos de su historia para el cine, supongo que ahora también soy una víctima más de esa codicia y esos excesos que lo llevaron a su perdición. Pero no puedo llamarme defraudado: al menos yo me divertí por tres horas.
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