viernes, 14 de septiembre de 2012

El Gran Robo **1/2

(Flypaper, EUA 2011) Clasificación México ‘B’ / EUA ‘NR’

Calificaciones ****Excelente ***Buena **Regular *Mala


Hay una tradición en el cine estadounidense de hacer películas de grandes robos, generalmente en tono de comedia o de aventura, sirviéndose de un reparto más o menos extenso encabezado por una o dos estrellas hollywoodenses (por ejemplo, los “once” de Ocean, en La Gran Estafa, con George Clooney, Brad Pitt y compañía). El Gran Robo es una de esas películas, extrañamente publicitada como una comedia romántica protagonizada por la bella reaparecida Ashley Judd y Patrick Dempsey, favorito de las damas en los últimos años por su personaje en la televisiva Grey’s Anatomy. Pero no se vaya usted con la finta: El Gran Robo es una comedia de grandes robos con todas las de la ley.


Desde la primera escena, una tarde en el interior de un gran y lujoso banco, se nos va mostrando, uno por uno, la galería de personajes que se involucrarán en la historia. Saque la cuenta: por el lado del banco, las dos cajeras (Ashley Judd una de ellas), el gerente, el subgerente, el guardia de seguridad y el programador de Informática; por el lado de los clientes, un sospechoso tipo de cachucha, una hermosa dama rubia en vestido rojo y Patrick Dempsey, también de aspecto sospechoso por sus lentes oscuros; por el lado de los ladrones, vemos a tres tipos entrar furtivamente por la puerta de servicio, disfrazados de personal de mantenimiento, con armamento y equipo especializado. También vemos entrar por la puerta principal a dos hombres cuarentones con un aspecto nada decente: tatuados, vestidos con mezclilla y camisetas de bandas de rock, uno rapado y barba de candado, el otro con terrible corte de pelo, que inmediatamente sacan escopetas y anuncian el clásico “esto es un asalto”, para sorpresa de los otros tres ladrones de apariencia mucho más “profesional”. Efectivamente, hay dos asaltos independientes ocurriendo en el mismo banco, al mismo tiempo.


El director Rob Minkoff (que nos diera El Rey León, Stuart Little 1 y 2) escoge, en su primera película fuera del sistema hollywoodense, irse por la fórmula y, una vez presentados estos personajes, dedica la siguiente hora y media a desarrollar los dos robos al banco, sirviéndose de comedia desbordada en la que los tres bandos (rateros A, rateros B y rehenes) toman turnos para enfrentarse unos a otros o aliarse intermitentemente, rehenes con rateros A, o bien, con rateros B, o rateros con rateros, de modo que las cosas eventualmente se salen de control para todos. Un elemento de las películas de robos es el personaje que va explicando lo que va a ocurrir o lo que ha ocurrido. Así, la diversión es constatar cómo se va concretando el plan o bien, cómo va fallando. Este papel le toca a Patrick Dempsey, un hombre que sufre de desorden obsesivo compulsivo y no puede dejar de notar todo lo que sucede a su alrededor.


La película logra exitosamente crear simpatía por ambos bandos de ladrones, unos por su ingenuidad desesperante y los otros por su excesiva fijación por el “profesionalismo rateril”. Curiosamente, no sucede lo mismo con el grupo de rehenes, que son presentados más bien como gente molesta, latosa, indeseable y poco empática. Con tantos personajes es difícil mantener un ritmo narrativo que consiga el interés por todas las historias y el director Minkoff sale mejor librado cuando nos muestra lo que está pasando con los dos grupos de ladrones, así como con las hilarantes interrupciones ocasionales del personaje de Dempsey. Sin embargo, el supuesto (y anunciado en el poster) romance entre su personaje y el de la cajera Ashley Judd, no es más que un accesorio para el personaje de Dempsey, ya que se le dedica muy poco tiempo de pantalla.


Lamentablemente, en el último tercio de película, las explicaciones para que todas las historias encajen se van volviendo demasiadas y la genial comedia de la primera hora se empieza a diluir, hasta que ya sólo nos queda el recuerdo y la simpatía por los personajes que nos hicieron reír tanto unos minutos antes. El final anuda todo de manera forzada y predecible, lo que me hace pensar que Minkoff no supo o no quiso aprovechar la libertad que le podía dar el trabajar sin la presión de un gran estudio de Hollywood por hacer brillar a sus estrellas. Supongo que, finalmente, los propios actores Dempsey y Judd habrán bastado para hacer esta presión. Sin ser su historia lo más importante en la película, sus rostros son los únicos que aparecen en el cartel. ¿Injusto para los demás actores? Más injusto para nosotros, que vemos cómo la comedia va de más a menos, hasta desaparecer.

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